El “amor por los colores” parece una frase desfasada, anacrónica, verso para la galería que se desvanece ante las necesidades y reglas del fútbol moderno, basado en los avatares del mercado; en otras palabras: prostitución de los jugadores disfrazada de profesionalismo. El mono baila con plata. Si usted quiere la vedette, pague, dicen los representantes, campeones mundiales en la venta de humo.
Nadie trabaja gratis, qué duda cabe; pero no es menos cierto que quién lo hace con la expectativa de ser el mejor, trabaja más por el honor que por la plata. Y así había que jugar el clásico, según declaración previa del propio Fabián Carmona: con el corazón, decía.
Todo este rodeo para explicar lo evidente: el domingo en el hoyo de Pedreros había once jugadores vestidos de azul, pero no estaba la U que pone coraje ante la adversidad, no entró a la cancha el corazón que hay que poner en estos partidos… y la película de terror se repitió, igual que los años anteriores, como si una maldición hubiese sido vomitada sobre los jugadores de la U.
¿Resiste algún análisis el partido del domingo? Tácticamente estuvo parejo, sólo hasta la mitad del primer tiempo. Luego, la debacle: error de Johnny, gol de Lloroso, y el partido se acabó. El segundo gol de los indios, empezado el complemento, sepultó toda esperanza, infundada si hablamos estrictamente de fútbol. Pocas veces la U logró dar dos pases seguidos. Jamás puso a prueba la defensa del rival.
Hoy más que nunca tiene sentido la frase: demasiada hinchada para tan poco equipo. Y no es por la hinchada -que harto se saca la chucha para estar presente, qué duda cabe-, es por la falta de amor propio que evidenciaron los jugadores. Pocas veces vi semejante desidia. ¿Pánico escénico? ¿Miedo? Lo creería de jugadores jóvenes, pero no de Beausejour, o de la Gata Fernández, que nunca llegaron a jugar el partido.
La pregunta del millón: ¿Cuántos de esos “profesionales” que ayer tuvieron la suerte de salir a disputar un superclásico vistiendo la azul se identifican y aman esta camiseta? El fútbol no sería el deporte más lindo del mundo si diera lo mismo vestir cualquier polera. La nuestra tiene en su adn, además de sangre, sufrimiento, esfuerzo y rigor. En ninguna de nuestras canciones se habla de títulos; en ellas, por el contrario, abunda el llamado eterno a la mística, esa difusa palabra que simplemente quiere decir: fuego sagrado que te empuja a dar siempre un poco más, siendo anecdótico el resultado.
No sé. La pilsen ayuda a pasar el mal rato, un poco… pero la verdad es que ni con buen sexo se pasaba esta amargura. Sin embargo, hay que saltar cuando todos estén tristes. Bienvenidos a las malas: el que quiera bajarse de la micro, hágala corta y péguese un tiro, que para ser de la U hay que haber masticado mil veces este sabor a mierda en la boca. 16 años no es nada para los que llevamos la U en la piel.
JC de La 17 en el Aire
PD: No estaría completa esta crónica sin mencionar dos cosas. Primero, el viernes pasado, en la previa, la PDI montó un volador de luces con los famosos fuegos artificiales del Claudio Kramer. ¿Habrá hecho lo mismo el domingo en el estadio de los incoloros con la pirotecnia lanzada? Los que tenemos años de estadio sabemos que esa salida fue orquestada por hinchas y también por dirigentes. Segundo: ¿qué problema hay en que un jugador se cuelgue de la reja como un barra? Si ser profesional significa ser un robot, entonces traigan a la U más de esos jugadores amateur; y como alguien comentaba por ahí: contrato vitalicio para el arquero-hincha Leandro Cañete. Los clásicos se juegan, aunque suene políticamente incorrecto, como una guerra.