• Jue. Abr 18th, 2024

“No voy más al estadio. Nos vivimos quejando de los empresarios y ahora van a ser dueños del equipo que amamos, por la conchatumadre. Siempre fuimos, viajamos incluso, pero yo no voy más, no pienso llenarles las billeteras a esos chuchesumadres”. Categórico y alterado, Ricardo nos manifestaba su decisión al saber el destino de la dirección azul a partir de esa maldita quiebra. Como todas las cosas que declaraba de esa manera (o quizás menos tajantemente), Ricardo se apegó a las consecuencias. Debido a esto no pudo presenciar algunos momentos históricos del equipo mágico como la final contra Liga de Quito; la remontada contra el Deportivo de esa misma ciudad; la final contra Católica o las boletas al indio. Pero a él no le importaba. Es más, minimizaba estas quimeras por tratarse del “club empresa” que alguna vez había sido la Universidad de Chile.

Recuerdo que estábamos en el bar de siempre cuando Marcelo Salas fue derribado en el área de Barcelona de Ecuador. Sabíamos que ese penal nos dejaba automáticamente clasificados a semifinales de la Copa Libertadores, y aparte le teníamos una fe ciega al Pato cuando se disponía a fusilar desde los doce pasos, por lo que encumbrados de gloria futbolística y cervezas, juramos que iríamos a Argentina a ver la vuelta de la llave con River Plate. No creo necesario narrar lo que ocurrió allá, todos sabemos cómo desembocó la historia. Para Ricardito la historia había sido un poco más dolorosa, porque llevó a su hermano chico, el Beto, quien recibió dos palos en la cabeza que lo tuvieron inconsciente durante un par de horas. “Yo sabía, conchetumadre, yo sabía que estos federales de mierda nos iban a cagar a palos, ganáramos o perdiéramos. River de mierda, pa más recacha nos robaron la semi, hijos de puta.” Ese, aunque con algunas variaciones, fue el discurso que Ricardo más pronunció en el viaje de regreso a Santiago. El resto del grupo lo escuchaba con relativa atención, hasta que el cansancio y el desencanto nos arrastraron a un profundo sueño solo interrumpido por el trámite de la aduana.

Ricardo estaba lavándose los dientes a juzgar por la voz con la que me contestó el teléfono. Le dije en pocas palabras que para la fecha Fifa del 24 de marzo, la U iba a jugar un amistoso contra un equipo que él recordaba muy bien. Automáticamente me contestó “River” y yo no supe cómo seguir. Había armado hasta un discurso para invitarlo, en el que le decía que era una oportunidad para poder gritarles el odio que les teníamos y de paso buscar algunos argentinos cerca del estadio para desquitarnos. Como yo no tuve para dónde arrancar de esa demostración telepática, Ricardo quebró el silencio que quedó en el aire dejándome en claro que no iba a traicionar su juramento, y que si bien el año 2000 no pudo asistir por la apendicitis, ahora ya había pasado el tiempo y no valía la pena escarbar entre emociones viejas para tratar de sellar heridas que al fin y al cabo, todo el mundo carga consigo. Ante semejantes argumentos filósofo-románticos solo atiné a decirle que lo pensara, que por último lo viéramos juntos.

El miércoles sonó mi teléfono a eso de las 11 am. Ricardo sonaba extraño, como si el temor inundara las palabras que estaba a punto de proferir. Me dijo que no había pegado pestaña esa noche, y que desde que yo lo llamé para contarle sobre el amistoso no había sido capaz de concentrarse en otra cosa. “Fui día por día, desde que salimos de Santiago a Buenos Aires, recordando todo lo que nos pasó. No puedo todavía dar por cerrado el capítulo que significó en nuestras vidas, y en la mía específicamente ese viaje. Yo siento incluso que ese día me hice más de la U, además ese fue el último gran viaje que nos pegamos todos juntos (Nelson se quedaría en el camino por un infarto) y representa todo lo que nosotros queremos siempre, que es ver a la U. En estos once años me he arrepentido muchas veces de la decisión que tomé ese día de la quiebra, y créeme que a pesar de que tengo plena conciencia de que ya estoy viejo para vueltas de carnero, tengo una última cosa que hacer. Así es que no te preocupes por las entradas, ya compré para todos. Si quieren después me devuelven la plata, me da igual, pero yo tengo que gritarles en la cara a esos hijos de mil putas una última vez. Quién sabe, en una de esas nos terciamos con un par de esas gallinas conchasdesumadre por avenida Grecia y nos sacamos los palos del 96”. No pude evitar la sonrisa.

 

Nacho Márquez | Radio AzulChile.cl

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