Jaime decidió irse caminando a su casa. Ese día se había levantado un poco más temprano de lo habitual porque no quería llegar tarde a la prueba de Literatura Latinoamericana y también porque los nervios no lo dejaron dormir lo suficientemente bien como para disfrutar esos cinco minutos con los que cada mañana se engañaba a sí mismo. Desde el momento en que salió de la ducha el partido de la noche se convirtió en su principal foco de atención. Mientras viajaba en el metro trató de reducir las ansias escuchando música clásica, pero Spotify tuvo la idea de ofrecerle El Danubio Azul e inmediatamente Jaime evocó ese viejo VHS con la campaña del 95 que dio Zoom Deportivo y que alguien había grabado. Pensó que no habría forma de sacarse de la cabeza a la U durante ese día. En la prueba le fue bastante bien, por lo que consideró irse a celebrar y así adelantar la previa del partido, pero rápidamente desechó esa idea ya que el consumo prolongado de alcohol producía en él sueño y malestares estomacales; y quería estar “en vivo”, como decía él, para ver a la U.
El pitazo inicial lo pilló tomando un trago de cerveza, que Jaime se prometió convertir en cábala si la U ganaba ese partido. Sabía que era casi imposible de ganar, aunque la fe le alcanzaba para vislumbrar un empate. Las ocasiones desperdiciadas por Guerra y Díaz alimentaban esa fe y lo hacían soñar brevemente con los tres puntos. Además, el equipo estaba jugando definitivamente mejor que en los partidos anteriores, con una línea defensiva que no había pasado grandes zozobras y con un mediocampo ordenado. Más encima Racing comenzaba a dejar espacios. Pero llegó el gol. Golpeó levemente la mesa con el puño apretado como para descargar la rabia y se levantó de la mesa. Como muchas veces antes, le echó la culpa al viejito que estaba escuchando el partido por radio y sin decirlo lo calificó de “yeta”. Acabó su cerveza y enfiló hacia el paradero de la 210. No quería andar en metro y tras varios minutos sin que apareciera en el horizonte el color azul del bus, comenzó a caminar en dirección a su hogar.
Trató por todos los medios de que no fuera el partido lo que poblara sus pensamientos. Quería sacarse de la cabeza la imagen de Lorenzo Reyes manoteando feblemente a Centurión; el llanto del Nico Guerra y la amargura de saber que pudo ser, pero como en tantas otras ocasiones, no fue. Mas no consiguió exorcizar a su mente de los demonios vistos a través de la pantalla, por lo que se dispuso a escuchar algo en Youtube. Necesitaba esa dosis de romanticismo que le venía faltando y escribió “Funiculi, funicula U de Chile”. Al iniciar la canción, comenzó a amontonar recuerdos de infancia relacionados con el equipo de sus amores, y entre ellos surgió la imagen de su padre diciéndole que para ser de la U había que estar operado de los nervios. Por primera vez desde que el enfrentamiento ante Racing había terminado, Jaime sonrió.
Nacho Márquez | Radio AzulChile.cl