“Este volao culiao nos va a traer puros problemas”, dijo el “Bíblico” Hernández cuando el capitán anunció el fichaje de Luchito, “el Vieja”. Sí, el Vieja, así con artículo definido singular masculino. Y es que el flamante refuerzo del equipo de amigos de la U no era precisamente un canto a la esperanza. Parecía obnubilado, como si siempre estuviera bajo los efectos de algún alucinógeno. En su defensa hay que decir eso sí, que dentro del rectángulo verde era un genio cuando quería. En ocasiones se le vio perdido y desorientado, pero cuando frotaba la lamparita era capaz de dejar sentados hasta a los centrales más recios. Las palabras del “Bíblico” Hernández visitaban de vez en cuando los surcos memorísticos del capitán, quien odiaba darle la razón. Sobre todo ese lunes en que recibió un mensaje del Benja que en pocas palabras informaba en el grupo una desgracia total: “Vieja castigado, le pillaron una cola”.
Puros problemas. No era la primera vez que al Vieja le bajaban el telón por una cagada, de hecho, se había perdido varios partidos. Los rojos en matemática, física, biología y química lo dejaron fuera de un amistoso que ganamos diez a siete, tras el cual nos sacamos la foto de rigor y la mandamos al grupo de Whatsapp del equipo, foto que Vieja vio enseguida. Mandó el emoticón del brazo con el bíceps y nos anunció que volvía la semana siguiente. En otra ocasión la mamá del Vieja fue más drástica, porque lo dejó un mes sin jugar a la pelota. Igual la entendimos, porque a pesar de no ser nuestra total responsabilidad, el Vieja llegó a su casa a las dos de la mañana, muerto de borracho, vomitando el patio y puteando a las vecinas que en sus palabras: “servían pa puro paquearle la volá a uno”. La celebración era esperable porque habíamos ganado un partido imposible, el Vieja había sido la figura y se nos ocurrió pasar a comprar unas latas de cerveza a la boti camino al metro. Lamentablemente, al Vieja se le calentó la trompa y cuando nos despedimos, lo vimos enfilar de nuevo hacia la boti.
Puros problemas. Por desgracia, se confabularon muchos eventos para que los alcances de este castigo fueran mayores. Primero, Benja nos aclaró que no fue una cola, sino un frasco con ocho gramos de yerba lo que pilló la mamá. Hasta cachetazos le llegaron al pobre Luchito, aunque el Benja nos contó que estaba tan volado que en vez de dolerle, le causaron risa, cosa que obviamente enfureció más a la señora. Segundo, le prohibieron el uso del celular e internet, en pocas palabras, estaba incomunicado. Tercero, Vieja no podía salir de la casa en dos semanas, solo para comprar el pan, actividad que más encima su mamá le cronometraba con el fin de evitar que se quedara en la esquina compartiendo una cosita con los cabros. Lo peor de todo esto es que el castigo llegaba justo en la semana de las semifinales, lo que nos dejaba los dos partidos más importantes del año –y quizás de la historia de nuestro humilde y esforzado equipo- sin el Vieja. Afortunadamente en la semifinal Guille anduvo parejito y ganamos sin mayores sobresaltos. La final, que se jugaría el siguiente jueves iba a ser inevitablemente más difícil, porque al frente estarían los Red Bull, que jugaban de memoria y en la fase de grupos nos habían boleteado, renuncia de arquero propio incluida.
Puros problemas. En el palacio del terremoto ubicado en San Diego, el capitán miraba fijamente las gotas de condensación que caían por el exterior del vaso de cerveza mientras barajaba las opciones de hacer que el Vieja volviera a jugar. Benja revisaba maquinalmente su celular cada cuarenta y cuatro segundos y el “Bíblico” se engullía un completo gigante. “¿Qué hacemos ahora?” murmuraba una y otra vez el capitán, buscando en las miradas de sus interlocutores un atisbo de respuesta, o al menos una idea de dónde empezar a planear algo. Hombre maduro, centrado y tallero, se mantenía al margen cuando en el grupo de Whatsapp enviaban memes en cadena. Era el único que tenía auto y varias veces tuvo que llevar a sus casas al resto de los muchachos. Fue nominado como capitán porque se había hecho cargo de las riendas del equipo y la organización cuando quedaba solo uno de los fundadores, precisamente el Bíblico Hernández. “Este huevón está desconectado, habría que ir a dar una vuelta a su casa si es que lo pillamos”. El Bíblico no decía nada nuevo, pero lo de ir a esperarlo a la salida de su casa no parecía tan descabellado. La historia de Hernández en el equipo estuvo marcada por la intermitencia. Resistido futbolísticamente, tuvo varias salidas y regresos al equipo, y a pesar de que no demostraba las cualidades que decía poseer, siempre estuvo a disposición cuando se le necesitó. “Tampoco nos asegura nada, ¿qué sacamos con ir a pararnos un día completo en el portón de este gil a ver si sale a comprar el pan? Eso no le va a levantar el castigo, capaz que lo empeoremos”. Las palabras del capitán traían a la realidad las esperanzas de los otros dos. “Igual yo podría hacerlo”. Benja vivía cerca y si había alguien dispuesto a hacer lo necesario para que el Vieja jugara ese partido, era él. Él lo había presentado al equipo, él lo había defendido cada vez que jugaba mal y gracias a él, todos le habíamos tomado cariño. Si hasta el Bíblico se había animado a cantarle el “Ole ole ole, Vieja, Vieja” cuando en los cuartos de final se echó el equipo al hombro y dio vuelta el partido en los últimos cinco minutos. “A lo mejor no es necesario” el tono del Bíblico tras engullir el último trozo de su completo denotaba un leve dejo de misterio. El capitán volteó para interrogarlo con la mirada y el Bíblico se animó: “Intentemos pidiendo el número de la mamá de este cabro y hablemos con ella. O sea, ustedes, yo ni cagando”. Influenciado por su desesperación, y para alivio de todos nosotros, el capitán aceptó y se comprometió a llamar a la señora. Toda la noche se quedó pensando el capitán en cómo hacerle entender a doña Marcela que su hijo era primordial en el esquema del equipo, que sin él no teníamos posibilidades y que esta vez él no le iba a fallar. Resolvió que la mejor manera era encararla desde el punto de vista paternal y asegurando que su hijo saldría del hogar solo para jugar la final.
“Hábleme fuerte que estoy cocinando con el altavoz”. De ahí en más, todo estaba en sus palabras. El capitán tomó aire, bebió un sorbo de café y se lanzó a la peculiar misión. “Mire señora Marcela, nosotros en el equipo sabemos que lo que hizo el Luchito estuvo pésimo. No fue culpa nuestra, pero debimos haberlo acercado a la casa. Sinceramente (mentira) creímos que se iba a ir directo, pero no sabemos por qué (mentira otra vez) siguió tomando. Estaba contento el cabro, si en ningún lugar se siente querido y respetado como en la cancha. Si hasta lo llevamos en andas y le cantamos ese día. No le quiero faltar el respeto a usted o su casa, pero nos ha contado que en ningún lugar se siente tomado en cuenta y nosotros en el equipo lo hemos hecho sentir importante. Es cosa de ver sus notas, doña Marcela, porque también le preguntamos. Le carga el colegio y va solo para que usted no le diga nada, porque cuarto medio ya lo tiene chato, está peleado con medio curso y no tiene ninguna intención de meterse a estudiar a un instituto o a una universidad. Usted verá si lo deja vagar en su casa o lo manda a trabajar, ahí no me meto. Pero no es mal cabro el Luchito, y se nota que jugando a la pelota es más feliz que afuera de la cancha. Cuando terminamos se fuma un pitito con nosotros, se ríe, echa la talla y después se va a la casa. Mire señora, yo como capitán del equipo…no se ría por favor, esto es serio para nosotros. Le decía que yo como capitán del equipo me comprometo a pasarlo a buscar y después ir a dejarlo a su casa en auto, y que si se porta mal ese día, lo vamos a expulsar del grupo y del equipo (mentira nuevamente). Yo también soy papá, y sé cómo sintió usted que el Luis se mandara tamaña cagadita; yo también lo hubiera castigado, incluso quizás peor, pero créame señora Marcela que no hay nada en el mundo que haga feliz a este cabro como jugar a la pelota. Tiene mi palabra”
Cuando acabó la llamada, Benja venía doblando la esquina de San Diego con Arturo Prat, y al encontrar su mirada en la del capitán, comprendió inmediatamente que el Vieja estaba listo para jugar la final el jueves.
Nacho Márquez | Radio AzulChile.cl