Nataniel Rodríguez era fanático de la Universidad de Chile, sin embargo, no quería que ganara la Copa Sudamericana. Si la final se hubiese jugado en otro estadio su actitud habría sido diferente, pero se jugaba en el Nacional. Él mismo había ido allí con su padre a ver al Ballet Azul muchas veces. El 11 de Septiembre de 1973 su padre salió a trabajar como todos los días, pero nunca regresó. Unos militares los sacaron de la fábrica y subieron al camión que los conduciría al estadio. Nataniel Rodríguez y su madre hicieron fila muchas veces para poder entrar a ver a su padre y esposo, sin éxito. El 14 de Diciembre el llamado telefónico de un compañero de escotilla los despertó del letargo y la ilusión. La última vez que lo vieron, iba en una frazada, inerte y sangrando. Dijo además que dos temas le hacían volver mágicamente el brillo a los ojos: su familia y la Universidad de Chile. De ahí en adelante, Nataniel Rodríguez cultivó un odio contra todo lo que estuviera relacionado con ese lugar, excepto por algo. La U se había convertido en un lazo invisible que lo ataba a su padre, quien de vez en cuando aparecía en forma de recuerdo. La noche del partido de vuelta contra Liga de Quito, encendió el televisor y se sentó en el sillón. Los dos primeros goles no los gritó. Vargas selló el 3-0, y Nataniel Rodríguez se puso a llorar, pero no como ese 14 de Diciembre de 1973. Este era un llanto nuevo, de alivio, un poco ridículo, porque no entendía a esa altura como era posible desear que ese equipo no fuera campeón ahí, si la U era más grande que cualquier cosa. Se secó las lágrimas y el árbitro indicó el final. Fue en ese momento cuando Nataniel Rodríguez se encontró a sí mismo llorando y alzando los brazos y la mirada al cielo, para ir más allá de la muerte y abrazar a su padre.
Nacho Márquez | Radio AzulChile.cl