• Vie. Oct 11th, 2024

Hoy es una fecha muy especial para la patria azul, el verdadero día del hincha azul y por eso te queremos compartir este extenso relato.

Cuando me dieron este privilegio de escribir sobre aquel inolvidable domingo del 18 de diciembre de 1994, lo primero que dije ¡fácil!, pero luego pensé y dije, – ufff difícil – ¿Cómo dejar plasmado en unas cuantas letras el sentir de miles de hinchas de azules que vivimos esa jornada? Algunos con la suerte de estar presentes en la mismísima cancha de El Salvador, que luego pasó a llamarse «Tierra Santa», porque fuimos miles de devotos azules que peregrinamos a ese lugar, llenos de fe, de esperanza, de que al por fin cambiaríamos la historia. otros miles, que miles, millones de bullangueros, sufrieron, sí sufrieron, viendo ese partido por por tv o simplemente por radio, a la antigua.

Si bien nos definimos como una hinchada que no vive de copas, muchos habíamos nacido después de 1969, (el promedio de edad de Los de Abajo era de 23 años, según estudios del Injuv de ese tiempo),  sin ver a la U levantar un trofeo, sé que hay algunos puristas que dicen que habíamos levantado la Copa de Segunda División, pero esta era más importante, venía a cerrar años y años de frustraciones, de esa mala fortuna que siempre nos seguía, ese penal no cobrado, ese gol en contra en el último minuto o en los descuentos y tantas otras injusticias que cayeron sobre nosotros durante 25 años; pero lo más importante era el tapar bocas de los contrarios, aquellos que nos cantaban “Son del ballet, del ballet callampa, que hace mucho tiempo que no ganan nada”.

Sin embargo, ahí estábamos, año tras año, domingo a domingo, en el tablón y siempre con la esperanza y fe, porque no me vengan con cosas, no hay nadie en este mundo que tenga más fe, que un hincha de la U, ni el más acérrimo religioso, de fe, sólo sabemos nosotros.

Comenzó ese 1994 y como era nuestra costumbre, ahí estábamos, semana a semana, domingo a domingo y tuvimos buen comienzo. En el primer mes ganamos los 4 partidos, y entre ellos, vencimos a los indios, era como para ilusionarse, sólo en la novena fecha tuvimos la primera derrota, en esa época el torneo era largo. Luego siguieron las victorias, pero también llegaron derrotas y empates; mientras Católica con equipo millonario, se apoderaba de la punta, las ganas azules eran más poderosas, partido a partido la hinchada estuvo presente, en el norte, en el sur, bajo los implacables rayos del sol o lluvias despiadadas, pero tuvimos nuestra recompensa, la UC fue cediendo puntos y la U se acercó, nuestras ilusiones crecían aún más, ¿Sería posible que al fin saliéramos campeones nuevamente?, ¿Se iba a acabar el maleficio, el hechizo, la maldición?, ¿Al fin íbamos a poder celebrar? Sin embargo, se venía lo más difícil.

Cobreloa, en Calama. Ese recinto que era inexpugnable, donde muy pocos ganaban y con suerte empataban. Los loínos llevaban 17 fechas invictos en su cancha y ahí llegaba la U que debía ganar. Como siempre, como nuestro destino, nada se nos da fácil, teníamos que luchar y los jugadores se transformaron en verdaderos leones y ganaron 4 a 2 y terminaron con el invicto de los mineros.

Ya sentíamos y respirábamos, cada vez estaba más cerca el poder bajar esa estrella, la confianza, ya estaba de nuestro lado y vendría el otro escollo, no había tiempo para relajos, ni descansos.

Ahora era el momento y un partido clave, era el rival a vencer, el clásico universitario, contra la millonaria Católica de figuras como Gorosito, Beto Acosta, entre otros. A estadio repleto, 70 mil almas, que sin dudas 65 mil eran azules  y con un magistral gol de un joven José Marcelo Salas, quien jugaba su primer año en primera,  triunfamos, logramos el liderato y quedaban sólo 3 fechas. El sueño cada vez más cerca, sólo quedaban 3 partidos, 270 minutos con el estómago apretado, el corazón a mil, con la respiración agitada, con miles de sueños por la mente ¿Se acabarían al fin esos 25 años de mala racha?, ¿Esta vez al fin podríamos gritar CAMPEÓN?

Y llegó la final en El Salvador, los último 90 minutos, norte del país, en el desierto, pues claro, a nosotros nunca nada se nos da fácil, nunca nadie nos ha regalado algo y muchos, queríamos estar ahí. Algunos viajaron a pura fe: Haciendo dedo, caminando por el desierto más árido del mundo, otros en auto y la mayoría en buses, íbamos al reencuentro de un viejo verdugo, Cobresal, a quien hace unos años, no le pudimos ganar y nos fuimos a segunda.

Otra vez aparecían los fantasmas y para qué decir, cuando Adolfo Ovalle, marca para locales a los 6 minutos del segundo tiempo, era una tragedia, vinieron los 26 minutos más tensos y trágicos… era como recordar esa tarde en el nacional del 88, una y otra vez, esa pelota esquiva no quería entrar, pensaba, – es que si no ganamos ahora, que estamos tan cerca, no lo íbamos a hacer nunca – pensaba en la contra y cómo se iban a reír de nosotros. Angustia, nervios y lágrimas, hasta que llegó ese penal, que cambió las lágrimas, por un llanto de felicidad, antes en mi vida jamás había llorado de alegría, no sabía que era eso, siempre fueron lágrimas de pena y de tristeza, ahora todo era distinto, de euforia.

Nos abrazábamos entre todos, les aseguro que en ningún año nuevo, han dado más abrazos que en ese momento, y 13 minutos después, llegó el pitazo final y el alivio, al fin terminamos con esa puta mala suerte, al fin ya no seríamos los fracasados, era tan extraño para nosotros esto de ser campeones que no lo asumíamos, sólo atinábamos a decir, ¡Lo logramos! Y nos tratábamos de convencer, ¡Sí weón, somos campeones! Mirábamos la cancha y no lo creíamos, era un sueño, la cancha era un carnaval y el resto de Chile también, una vez  conocí a un sociólogo y me dijo, sabes que hay estadísticas que cuando la U salió campeón el 94, salió más gente a las calles de Chile que para el triunfo del No y de la Libertadores.

Era tanta la euforia que saltamos a la cancha, algunos corríamos sin destino, otros tras los jugadores, sacamos recuerdos, retazos de la malla, pedazos de pasto. Al fin, LOS NACIDOS SIN GLORIA, podíamos festejar, cambiamos nuestro destino y lo mejor, ahí estaban mis amigos, mis camaradas, con quienes habíamos compartidos tantas aventuras, sufrimientos y frustraciones, éramos protagonistas de un momento histórico, que en ese momento quizás no le tomamos el peso y por supuesto, también nos acordamos de aquellos que partieron más allá del horizonte y que físicamente no estaban ahí, pero siempre presentes en nuestros corazones.

Fue nuestra revancha, luego han venido otras copas, hasta la Sudamericana, pero al menos, para mí, ninguna se compara a esta.

Brindemos camaradas, por una nueva conmemoración del día del pico….sólo algunos entenderán esta frase. ¡Salud!

Por: «Si no lo sientes, no lo entiendes».

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