Cuando escribo estas líneas me doy cuenta de que estamos inmersos en un problema absurdo, casi sin sentido y, por lo tanto, muy difícil de comprender y asimilar, sobre todo para aquellos que están inmersos en él.
La temporada 2015-2016 tiene a la U invicta. Jugó siete partidos y medio, ganó cuatro y medio y empató 3. Está clasificada para la segunda fase de la Copa Chile, algo que no pasaba desde hace dos años. En el campeonato de Apertura registra sólo un partido, un empate en el que perdió un penal que habría significado el triunfo, en los últimos minutos.
¿Qué pasa entonces? ¿por qué tenemos todos esta sensación de que está todo mal? ¿por qué parece todo cuesta arriba, sin remedio? ¿por qué existe esta sensación de desgobierno, de que todo es un desorden, una improvisación permanente, dentro y fuera de la cancha?
El tortuoso primer semestre de 2015, terminó hace más de dos meses en términos deportivos, pero el extravío por el que transitó el equipo en la cancha en dicho período, pareció inundar cada sector con el paso del tiempo, estos últimos dos meses.
Después de todo lo que pasó en ese primer semestre, los primeros días de trabajo de la presente temporada, no tuvieron como protagonista el jefe técnico, entregando una señal nefasta a una hinchada cada día más escéptica con la propuesta del club. A escasos días de iniciar la tercera semana de pre-temporada, no se sabía dónde se llevaría a cabo ésta, a pesar de que todos sabíamos, desde hace mucho tiempo, que por esos días en el CDA estarían Dunga, Neymar Junior y compañía, y que no querían a nadie cerca, por más que fueran los dueños de casa. Las últimas semanas del período de pre-temporada se anunciaron partidos amistosos que no estaban confirmados y que luego se tuvieron que cancelar. A las filtraciones a la prensa de sueldos y peticiones de algunos jugadores en el primer semestre, se han sumado ahora comentarios con las reacciones de parte del plantel ante las decisiones del cuerpo técnico y el club; y aunque en la interna, nadie alza la vos, en los medios de prensa, algunos sí encuentran eco para que otros digan lo que ellos no se atreven a decir.
Si fuera de ella, el equipo aparece extraviado, en la cancha, el equipo agudiza la misma sensación. El equipo proyecta una imagen de fútbol anodino, sin ideas claras; cuesta reconocer lo que se está tratando de hacer y el sabor de boca es cada día peor.
Los resultados han ayudado a camuflar un rendimiento muy pobre en lo colectivo. Ya sabemos que Martín Lasarte no es de los técnicos que se apegan al pizarrón y que enfrentan el juego desde la estrategia. Pero una cosa es que él valore a los jugadores por sobre cualquier otra consideración siempre, y otra cosa, muy distinta es esta imagen descoordinada e inconexa que el equipo proyecta cada vez que juega.
En la idea que intenta proyectar en la cancha, el equipo evidencia serios problemas defensivos y sus señales se nos han hecho evidentes desde hace más de seis meses, pero la propuesta sigue siendo la misma y el discurso igual: esta forma nos llevó a ser campeones en 2014. Es hora de revisar el camino de aquel título. Es hora de cuestionar la forma y de buscar variantes que le den al juego una percepción de consistencia que no tiene y que añora.
Hasta acá, el técnico ha insistido, casi majaderamente, con un base de jugadores que no cuestiona; pero este plantel de la U, incrustaciones más o menos, suma más decepciones que alegrías. Desde el segundo semestre del 2012 hasta hoy, la U peleó un sólo campeonato, que terminó ganando, por cierto, e internacionalmente, no superó la primera fase de la Copa Libertadores, después de dos semifinales consecutivas. Muy poco para un plantel al que muchos califican como el mejor de nuestro medio, pero que la realidad marca que es demasiado numeroso, descompensado y con muy pocos jugadores que están, realmente, a la altura de las obligaciones que el equipo tiene.
Es hora de que el cuerpo técnico golpee la mesa y sacuda el árbol, que se ponga al mando de un buque que parece estar condenado al naufragio si no enmienda el rumbo en las próximas semanas, sobre todo, porque su propuesta encuentra cada vez menos eco en la hinchada y ya se han alzado voces que piden la cabeza de quién pase por delante.
Cuando nos dijeron que venía un técnico uruguayo, se nos alegro el día, porque nos viene bien la forma de sentir el juego que tienen los uruguayos en la U. Cuando nos dijeron que su apodo era “Machete”, de inmediato lo empezamos a querer. Es hora de que Martín Lasarte nos demuestre de qué está hecho e introduzca los cambios que el equipo pide a gritos. Es hora de sacar el machete y que caiga el que tenga que caer, puede que mañana ya sea demasiado tarde.
Por Kike Belmar / Para 100% Azules