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Historias de clásicos universitarios Parte II

Sigan disfrutando de los mejores relatos cortos de anécdotas y vivencias en torno al partido Universidad de Chile versus Universidad Católica. Agradecemos a todos los se tomaron un tiempo y quisieron participar. Estén atentos a la transmisión de Radio Azul Chile, ya que en unas horas en “La Previa Azul” se darán a conocer a los ganadores. Por mientras, disfruten de los finalistas. 

«Una historia que hable de fútbol, sabemos, habla de mucho más que de los movimientos técnicos de los 22 hombres que por 90 minutos buscan inflar una red con un golpe de pelota. Una historia de futbol, se escribe mucho más fuera del césped que dentro de él….Jueves 09 de junio año 2011. Estadio Nacional, se juega la final de ida con la católica, ese frío equipo nos había vencido en la primera parte de la batalla. Es cierto, el escenario era adverso y tenía mucha rabia, pero cuando el árbitro del encuentro dio el pitazo final, lo primero que pensé fue en que al día siguiente debía estar muy temprano en ese mismo lugar para conseguir las entradas para la revancha que se jugaría el día domingo. Viernes 10 de junio de 2011, 06:30 AM. Cuando llegué a las boleterías de Avenida Grecia ya había mucha gente esperando que a las 09:00 se diera inicio a la venta de las entradas. Ese día ahí se vivió algo muy particular y emotivo. Todos quienes de a poco fuimos copando el lugar, teníamos la plena certeza de que el domingo la fiesta sería nuestra, todos estábamos locos por conseguir una entrada y entre palmas, gritos y papel picado convertimos esa fría mañana de invierno en un momento lleno de optimismo y fe. A eso de las 09:00 horas el nerviosismo empezó a reinar, las improvisadas filas se empezaron a difuminar  y ya se daba lo de siempre: empujar y resistir hasta tener la entrada en la mano. Nada más importaba. Entre la gente divisé a un niño, de unos 10 o 12 años que estaba con quien parecía ser su abuelo. Me generaron cierta preocupación porque, yo que sabía que cuando abrieran las boletería iba a haber un caos en ese lugar y pensé que podían correr cierto riesgo. Abren las boleterías y las cosas se dieron tal como había previsto. Empujones, gente escalando las barras de contención, gritos, caos, canticos, risas, insultos, hinchas caminando por los techos de las boleterías. Luego de un rato y una lucha no menor, conseguí mis entradas y la felicidad, ya estábamos adentro. Misión cumplida. Cuando recibí mis entradas y salí de las boleterías (por el interior del estadio) veo al niño de un rato antes, quien estaba llorando muy angustiado mirando a la gente como buscando una respuesta. Su abuelo un par de metros más atrás estaba claramente preocupado. Me acerqué a él y le pregunté que le pasaba, entre un llanto desconsolado me contó que quien lo acompañaba era efectivamente su abuelo y habían ido a comprar su entrada (la del niño) y la de su papá, quien  estaba en el trabajo y por eso le había pedido al abuelo que acompañara al niño esa mañana. El problema pasaba porque habían presupuestado que se venderían entradas de niño, lo cual no pasó, y ahora le faltaban $ 5.000 para poder comprar los dos tickets. ¡Yo te las presto, yo te presto las 5 lucas! le dije;  ¿en serio?, ¿pero cómo se las devuelvo?, preguntó él. “Anota mi teléfono, el domingo me llamas y nos encontramos adentro del estadio”, fue lo único que se me ocurrió decirle para que se quedara tranquilo. Fuimos a comprar sus entradas y nos separamos. Domingo 12 de junio de 2011. El Nacional ardía, había nerviosismo, pero mucha confianza, rabia nos daba saber que el rival había llegado a con cotillón al estadio, pero sabíamos que eso haría más sabrosa nuestra fiesta. El ambiente era especial. Banderas y canticos nos acompañaron en la espera. Galería sur repleta. Faltando 10 minutos para el inicio del partido suena mi teléfono. Hola, ¿eres Verónica? dijo un hombre desconocido, a lo que respondí afirmativamente saludando. Era el padre del niño de las 5 lucas, que quería devolverme la plata prestada y quería saber dónde estaba. Con el Nacional lleno a 10 minutos del inicio del partido me parecía una locura, ni me había acordado de las 5 lucas prestadas y menos tenía en mente juntarme con él, sólo dije puerta 17 de manera automática. ¡Qué bien, yo también estoy ahí! Me respondió mi interlocutor, quien me empezó a describir donde estaba. No más de 3 metros nos separaban. ¡En el Nacional lleno, estábamos al lado! El niño me miró con los ojos llenos de emoción  y me dijo ¡Muchas gracias! , nos fundimos en un abrazo tan apretado con ese niño, que de recordarlo se me eriza la piel. Él estaba agradecido porque por la ayuda que le di (cualquiera lo hubiese hecho, o al menos eso espero) estaba en el estadio ese día mágico con su papá viviendo la fiesta. Yo estaba feliz de verlo con esa sonrisa, luego de haber visto la amargura en su rostro cuando se quedaba sin entrada. Lo que pasó en la cancha es historia conocida, el pueblo azul estaba de fiesta, nos burlamos del cotillón (que por lo demás pasó a la historia) y nos abrazamos en la emoción y la alegría. Busqué al niño entre la multitud alborotada, no lo vi, nunca más lo vi, pero ese día fue especial para ambos, porque ese día, en ese estadio, se tejieron muchas historias», Verónica Loyola.

«Recuerdo que cuando tenía 4 años y mi viejo empezó a llevarme al estadio. Era el año 94. El feliz me llevaba a todos los partidos de local en el nacional. La primera vez que fui vi que mucho niños y adultos llevaban guías telefónicas y así fue la primera vez. Yo no tenía guía pero un niño de al lado de nosotros tenía.  Y me regaló unas cuantas hojas y así pasábamos el partido. Mi viejo viendo concentrado  el partido con un personal, que a la misma vez lo escuchaba. Y yo picando papeles con el otro niño todo el partido esperando algún gol para tirarlos al cielo.

Ya para el segundo partido era una emoción gigante me conseguía guías telefónicas casa por casa en mi barrio y cada partido llevaba una. Para mi era lo máximo. Prepararme toda la semana consiguiendome guías para llevarlas todos los domingos.
Así pasaron los años tanto para mi Cómo a mi viejo, él  ya no asistía pero me mandaba a cambiar sólo al estadio con 10 años.
Sabía tomar micro para todos lados. Sobre uno de los partidos que más recuerdo. Fue la final vuelta del 2011 donde ganamos 4-1…. veníamos de jugar de local y habíamos perdido 2-0 sólo un milagro nos podría dar ese título. Muchos amigos no quisieron asistir pq era muy difícil salir campeón  ese día. Muchos de mis amigos me trataron de loco al querer ir a ver un partido donde prácticamente católica iba a dar la vuelta en nuestras caras. Católica era local. No alcance entrada. Tuve que rebuscar por todos lados para que alguien me vendiera una. Hasta que llegó ese día y un caballero no quizo ir al partido pq supuestamente íbamos a perder y católica ya era campeón. Me dijo que prefería vender las entradas a que ir. Así que me las revendio a 18 lucas cada una y fui con un amigo. Para entrar ese día era un caos mala organización de católica. Te mandaban para aya y para acá. La U aún no ganaba nada desde el 2009 y muchos no le tenían fé. Pero ahí está la magia. En estar cada partido. Por que esta pasión es tan grande que no se puede explicar lo que se siente estar ahí.  Cuento corto. Ya todos sabemos que sucedió.  Ganamos 4-1 dimos vuelta un resultado donde muchos no tenían fé. Y ahí estuve  yo. Ahí  para poder contárselo a mi hija y mis nietos», Gerson Urriola.

«Diciembre del 94′, junto a mi primo, el Willy, eramos los más fanáticos en la familia de La Chile. Saliamos a rayar LDA’s juntos y tachar GB’s por Departamental, Gran Avenida, Santa Rosa, un sector difícil, pero lo hacíamos.

Ese domingo no fue cualquiera, no pudimos ir al estadio, por plata y por permiso, Megavisión dió fútbol todo el día, fútbol italiano, español y hasta un partido de la liga mexicana creo.
La expulsión de Gorosito y la sacada desde la línea de Rogelio, nos daba esperanza de que algo grande vendría.
Pase de Víctor Hugo y el de siempre no falló, lo grite como cuando volvimos a primera, era el paso  más difícil que dábamos de los que quedaban.
Pitazo final y no pegue un ojo esa noche, contento y ansioso por juntarme con mi primo y decirle: «ganamos, vamos a ser campeones weon».
El lunes no fui al liceo porque me eximi del examen de Castellano. Mañana de ocio, se me ocurrió perforarme la oreja, a fierro pelado, cuando golpean la puerta, era mi vecina,»Carlos, tienes teléfono». Extrañado voy y al otro lado, la voz de mi madre, «El Willy se fué, se quitó la vida…», Carlos Muñoz.

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