Entre camiseta nueva, refuerzos y poco, muy poco fútbol se nos estaba pasando la primera quincena del verano. “Los primeros doce días de enero son como los meses del año, por eso el siete o seis de enero siempre está nublado” decía mi abuela, y en el noveno de estos, nos topamos con una noticia que tuvo varios significados. El duende, uno de los últimos bastiones de esa gloriosa estadía de Jorge Sampaoli, se marcha a jugar en tierras amigas para nosotros los azules (Olivera y Pelusso, por decir nombres propios). Todos somos técnicos, y la mayoría cree tener la razón con su propio esquema; y es aquí donde se nos presenta el dilema del sentimiento. Porque sabemos lo que significa el apellido Lorenzetti en la U, pero también nos dimos cuenta de que en las campañas más recientes había tenido una disminución de su nivel. Asignamos distintas causas y recetamos distintos remedios para curarlo, pero finalmente llegó ese momento que veníamos chuteando. Y hay dos fuerzas dentro de uno, la del técnico y la del hincha. Para mí debió quedarse, e intentar un cambio en su función. No estamos hablando de un diez clásico, que no se tira al suelo ni presiona. Lorenzetti “corre y mete”, como a los hinchas de la U nos gusta, y quizás con una función más libre en medio terreno, algo podría pasar. Si David Pizarro pudo reinventarse, por qué no habría de hacerlo Gustavo Lorenzetti, que le ganó una final a la contra, que conoce la forma de meterse en los recovecos del área y, haciéndole honor a su apodo, mover la pelota de un lado a otro. Que venga Defensor Sporting y me diga lo contrario. O que venga la Católica. O que venga Ñublense, a quien hasta le marcó de cabeza. Y entonces empezamos a recordar, miramos al horizonte como si estuviéramos junto a la más bella puesta de sol; y cuando recordamos es porque ya no tenemos lo que recordamos, me enseñaron por ahí. Lentamente se va apoderando de nosotros ese hincha que constituye una parte importante del ser y –en mi caso, al menos- es el que regula los niveles de melancolía. Y es que aparte el tema “ídolos” ha estado bastante en boga por estos lados, a pesar de que acá se les cuida y respeta, y luego pensamos que quizás pudo haber sido diferente la salida, y nuevamente nos emputecemos con Carlitos Heller y tenemos que volver a nuestro lugar feliz; y nos quedamos con el recuerdo que nos emociona, con el gol a Liga, con el torneo del 2014, con los goles de fuera del área y con la movilidad en la transición, siempre buscando el espacio para recibir, aguantando la pelota de espalda y con sus ganas de ganar. Preferimos quedarnos con ese Gustavo frágil, que nos mostró su cara más sensible y se dejó cobijar por el abrazo fraterno y desinteresado de los camaradas de la U, los que ahora serán por siempre sus camaradas. Como reza la máxima futbolera, las penas del fútbol se pasan con fútbol, y ahora habremos de seguir los pormenores del Bolso, a ver si mencionan por ahí a nuestro duende, ahora enfundado en la armadura que vistieran Matías Rodríguez y Conde, dos que también estuvieron en ese año azul. Que te vaya muy bien, Gustavo, nos vemos pronto, ya ves que acá nos inclinamos hacia el lado del corazón.
Jose Márquez | Radio AzulChile.cl