Ayer, en una situación extraordinaria, el DT de la Universidad de Chile, Sebastián Beccacece, salió a dar disculpas públicas por lo acontecido en el Estadio Nacional el sábado pasado. Por golpear un cooler (o refrigerador), por patear una máquina que no tiene sentimientos ni humanidad.
¡Discúlpeme usted! Pero me importa muy poco lo que le haya hecho a un objeto inanimado, a un congelador que no sufre, que no llora, que no viaja desde regiones al estadio, que no tiene ojos para ver lo que está pasando en la cancha. Me importa mucho más lo que le está haciendo al club de mis amores, la Gloriosa Universidad de Chile, y con mayúscula al principio, porque su hinchada la ha hecho Gloriosa.
No puedo creer que cuando se le pide una autocrítica, cuando se le solicita una respuesta sensata, responda lo mismo de siempre: «Que el equipo lo dio todo en la cancha», «Que estamos trabajando en la semana», «Que todos los jugadores conocen la estrategia»; lo que queremos es humildad, la verdad, que ha fallado, que le quedó grande la chaqueta de DT, que el sueldo que gana es demasiado. O quizás estamos pidiendo mucho.
En algunas declaraciones le ha pedido disculpas a la hinchada, pero los hinchas no quieren eso, quieren ver a la U brillar, quieren que su estrategia nos lleve a salir campeones de nuevo -y qué bueno sería-, el hincha quiere que deje de dar disculpas y se dedique a hacer su trabajo.
Espero me disculpe, porque mi intención no es otra que pedirle que por fin se sincere. ¡Tiene todo lo que pidió! ¿Qué le falta ahora?